Comentario de la Librería
Como comenta H. Marks en la contraportada del presente ensayo, 'este libro lo tiene todo'. Y este todo incluye amenidad, un sin fin de anécdotas, pasión por el tema y una recopilación de datos exhaustiva, así como una denuncia final sobre el tráfico de drogas organizado o tolerado por las administraciones occidentales.
Quizás partiendo de una intensa experiencia onírica con opio, la autora se interesó por la relación entre las drogas y la creación literaria, ideando este trabajo de investigación sobre el empleo de sustancias psicoactivas -sobretodo opiáceas- por autores literarios del siglo XIX y XX.
De aquí nacen las dos primeras terceras partes del libro, que arranca con escritores del siglo XIX como Edgar Alan Poe, Coleridge, De Quincey o Baudelaire, Stevenson (autor de El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde) y Conan Doyle (padre de Sherlok Holmes), que emplearon opio, cocaína o haschís ya sea como fuente de inspiración literaria, como motivo de ensayo, o directamente como modificadores de la percepción habitual durante el proceso de creación de algunas de sus obras. Pero la autora no centra únicamente el relato en el empleo literario de las drogas, sino que extiende el estudio a una historia social de las mismas, introduciendo el tema del uso de la cocaína en la fórmula inicial de la Coca-Cola, la influencia de esta misma sustancia en el método psicoanalítico de Freud, o la relación entre el empleo de los primeros anestésicos en medicina con el inicio de los estudios sobre el 'misticismo inducido' al doblar el siglo XIX con el XX.
Al estudio de estos autores y de su época le siguen pensadores y psicólogos como Nietzche, William James o W. Benjamin, que empiezan a ensayar con sustancias desveladoras de la consciencia, que difuminan la frontera entre el yo y el resto del 'mundo'. Son los primeros pasos hacia el ensayo con sustancias psiquedélicas consideradas clásicas, como la mescalina o la LSD, llevadas a cabo por Jünger, Nin o Huxley a mediados del siglo XX. A estos estudios la autora dedica un análisis abstracto, estético y profundo, enfocando los puntos de vista de estos autores sobre la naturaleza del ser o el contraste entre lo desvelado y lo aceptado como normal, pero dejando más de lado todo el proceso social y la revolución cultural que engendraron las desvelaciones psiquedélicas durante los años sesenta.
A partir de un capítulo sobre el descubrimiento de las endorfinas o los cannabinoles endógenos, o sea, sobre la capacidad del propio organismo de producir y regular diversas sustancias psicoactivas, Plant empieza a rumiar sobre la situación política y legislativa concerniente a las drogas. Iniciándose la prohibición a principios del siglo XX, y reforzándose sobretodo a partir de los años 60, con el caos social provocado por la misma durante los 70 y 80, los tres últimos capítulos del libro son una denuncia lúcida y aterradora de la situación caótica presente. Siendo una persona formada en el pensamiento libertario de Foucault, Sadie Plant pone en primer plano la contradicción de un mundo que dice estar en contra de la droga, pero que a la vez no ha capaz de resistirse a la corrupción por el dinero generdo por el narcotráfico, hasta el punto que las Administraciones occidentales han usado este comercio en numerosas ocasiones para su propio 'beneficio'.
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