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Los cuentos de Anthony de Mello, de origen sufí, occidental, tradicionales o modernos, llegaron a occidente en un momento en el que había empezado a enraizar cierta bancarrota espiritual; el dogma destilado, servido en seco y sin acompañantes, se había convertido en una pequeña cárcel más que una ventana entreabierta al misterio, al mismo tiempo que el absentismo religioso y el consumismo habían dejado la necesidad espiritual sin una vía de expresión. En este contexto, diversas mentes despiertas e inquietas reconocieron en los cuentos de Tony de Mello toda la sabiduría escondida en miles de años de tradición espiritual, y que partía de la sabiduría popular del Oriente Medio. Lo que pretendió De Mello al compilar y reelaborar todos estos cuentos fue promover el 'despertar' de las mentes durmientes a la magia de la existencia -a su sinrazón, a la maravilla, a su inagotable creatividad. Sabía que para desperezar a una mente aletargada necesitaba del contrasentido, dar la vuelta a las cosas para que su significado emergiera con más fuerza, de promover una entendimiento que va más allá de las palabras. En esto se acercaba a lo místico, a lo trascendente, y se alejaba necesariamente de lo dogmático. Y es por este motivo que, a pesar de ser sacerdote jesuita, recibió alguna que otra reprimenda por parte de la dogmática, la curia y normatividades vaticanas. Pero es por este motivo, también, que sus cuentos se acercaban, comulgaban y danzaban tanto con los místicos de oriente como de occidente. A pesar que De Mello era indio asiático él mismo, y orientales la mayor parte de los relatos de sus libros, estos tendieron con facilidad un puente entre los dos extremos del continente eurasiático -reconociendo que la mística bebe de una misma fuente creativa y sin contornos. |
Índice del Libro |
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En vísperas de su muerte, y en una larga carta en la que le hablaba a un amigo íntimo de sus primeras experiencias, le decía a propósito de ellas: 'Todo ello parece pertenecer a otra época y a otro mundo. Creo que actualmente todo mi interés se centra en otra cosa: en el 'mundo del espíritu', y todo lo demás me resulta verdaderamente insignificante y sin importancia. Las cosas que tanto me importaban en el pasado ya no tienen interés para mí. Lo que ahora absorbe todo mi interés son cosas como las de Achaan Chab, el maestro budista, y estoy perdiendo el gusto por otras cosas. No sé si todo esto es una ilusión; lo que sí sé es que nunca en mi vida me había sentido tan feliz y tan libre...' Estas palabras dan una idea bastante aproximada de cómo era Tony -y de cómo lo veían los demás- en su última etapa, antes de que nos dejara tan inesperadamente, cuando faltaban tres meses para que cumpliera cincuenta y seis años. No son muchos los que compartirían plenamente todo cuanto él dijo o hizo, especialmente cuando traspasaba los límites establecidos de la aventura espiritual (ni tampoco esperaba Tony que le siguieran dócilmente, sino más bien todo lo contrario). Lo que a tantos atraía de su persona y sus ideas era precisamente que Tony desafiaba a todos a cuestionar, examinar y liberarse de los modelos establecidos de pensamiento y de conducta, acabar con toda clase de estereotipos y atreverse a ser verdaderamente uno mismo: a buscar una autenticidad cada vez mayor. El regalo de despedida que nos ha dejado, y que indudablemente habrá de tener tanto éxito como sus anteriores libros, es La oración de la rana. Ojalá ayude a muchos a encontrar en la Verdad la liberación y el deleite que proporciona el conocimiento de sí mismo. |
Fragmentos del Libro |
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