Prólogo del libro
Todavía me acuerdo de la primera vez que alguien me ofreció un porro. Fue a finales del verano de 1963, cuando mi mujer Daphne y yo estábamos paseando con un amigo por el bosque de una isla remota en la costa cercana a British Columbia. Nuestro amigo, un poeta de San Francisco, nos preguntó si alguna vez habíamos fumado «maría». Cuando dijimos que no, se sacó un porro del bolsillo, lo encendió con un Zippo y nos ofreció una calada a cada uno. Muy irritado, rechacé su oferta e incluso me planteé denunciar el incidente a la policía local. Mi tío, que entonces era detective de la brigada de antivicio de Vancouver, me había comentado muchas veces que la marihuana era el trampolín hacia la heroína, y que incluso una sola calada podía hacerte caer en la pesadilla de la adicción. Mi amigo defendía que fumar marihuana estimulaba su creatividad literaria y que era muy habitual entre los artistas de la zona de San Francisco. Cuando recordó que yo era un estudiante a punto de terminar psicología en la Universidad de British Columbia me preguntó: «¿Sabes cuál es la diferencia principal entre un poeta y un psicólogo? El poeta experimenta la vida, lo que incluye fumar esto, mientras que el psicólogo toma notas e intenta establecer un diagnóstico. Yo participo mientras tú observas.» Todavía puedo sentir el enfado que me produjo ese día.
Cuando acabé mi doctorado en 1968 y entré a formar parte de la facultad de psicología de la Universidad de Wisconsin, al año siguiente, el consumo de marihuana había alcanzado cotas altísimas, en particular en lugares como Madison, donde los estudiantes hippies se mezclaban con los manifestantes contra la guerra de Vietnam y el aroma de marihuana competía con el hedor del gas lacrimógeno durante las manifestaciones en el campus. Muchos estudiantes fumaban abiertamente «maría» en las fiestas de los departamentos. Muchos de mis alumnos y colegas estaban interesados en saber cómo actuaba la marihuana y qué efectos psicológicos tenía, pero la literatura especializada en esta cuestión era escasa y contradictoria.
Después de trasladarme a la facultad de psicología de la Universidad de Washington a comienzos de los años setenta, pensé en ampliar mi trabajo sobre el efecto cognitivo y social del consumo de alcohol con el estudio de la marihuana y la incidencia de su consumo en humanos. Esperaba poder extrapolar la investigación sobre el ansia de consumir alcohol (utilizando placebo como control) a los efectos de fumar porros o placebo. Solicité una beca de investigación en respuesta a una convocatoria conjunta del National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism (NlAAA) y el National Institute on Drug Abuse (NIDA) para fomentar el estudio de los efectos del alcohol frente a otra sustancia psicoadictiva de consumo amplio seleccionada por el investigador. Propuse estudiar el efecto de la abstinencia en el consumo de alcohol o marihuana en comparación con placebo para determinar la incidencia de ambas sustancias en la conducta humana desde la reducción de la tensión hasta la respuesta agresiva ante una provocación psicosocial. Tanto la NlAAA como la NIDA revisaron mi solicitud para la beca y, aunque recibió una valoración positiva por parte de los revisores de la NlAAA, no obtuvo la puntuación requerida por la NIDA, a pesar de que sólo había cambiado el alcohol por marihuana como sustancia que debía administrarse. La NIDA me comunicó (de manera extraoficial) que había rechazado mi propuesta porque podía representar un «problema político» para la asociación, sobre todo si los resultados del estudio determinaban que los efectos de la marihuana tenían menor incidencia en ciertos comportamientos sociales, como la agresividad. Por otra parte, la NIAAA concedería la beca para el estudio sobre el alcohol si, y sólo si, se obviaba el estudio sobre la marihuana. Ésta fue la primera de las muchas lecciones que aprendí sobre la controversia política en torno a la investigación sobre la marihuana en Estados Unidos, una polémica que continúa en la actualidad con la «guerra contra las drogas». De acuerdo con las normas estadounidenses de «tolerancia cero», el consumo de marihuana en Estados Unidos (incluido el consumo medicinal) se considera malo y es ilegal.
En Entender la marihuana, Mitch Earleywine ofrece una revisión amplia y objetiva desde el punto de vista científico de esta cuestión. Los lectores interesados en conocer de manera más profunda los efectos de esta sustancia disponen ahora de una fuente de información objetiva que supone, por una parte, una alternativa a los prejuicios de ciertas publicaciones gubernamentales y, por otra, cuestiona la visión dema siado positiva de otras revistas (p. ej., High Times). Cuando leí el manuscrito quedé impresionado por la amplitud y profundidad de sus capítulos. El Dr. Earleywine es una autoridad en la investigación en este ámbito. Su extensa experiencia como psicólogo clínico en terapia del comportamiento, entre otros tipos de tratamiento, le convierte en la persona idónea para revisar con el mayor cuidado y rigor la literatura especializada sobre la marihuana: desde los mecanismos biológicos de acción básicos hasta las prometedoras directrices para la prevención y el tratamiento de los problemas relacionados con su consumo. La cantidad de temas tratados en esta obra es impresionante, y se proporciona a los lectores abundante información sobre esta sorprendente «hierba», desde sus orígenes en el 8000 a.e. aprox. hasta la actualidad.
(Alan Marlatt, del Prólogo del libro)
|