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Químico, farmacólogo e investigador de las sustancias psiquedélicas |
Alexander Shulgin es un químico californiano que un buen día tropezó con unos libros que hablaban del peyote, el cactus mexicano usado desde tiempo inmemorial por pueblos indígenas para la celebración de rituales religiosos y de sanación. Shulgin, en vez de meterse ipso-facto el material en la boca, optó por esperar cuatro años e informarse un poco más sobre el tema. Leyó los ensayos de Huxley y la literatura científica sobre la mescalina, el alcaloide psicoactivo de este cactus. Pasado este tiempo de incubación ingirió 400 mg del compuesto psicoactivo, obteniendo una experiencia que recordaría toda la vida: miles de colores que nunca había imaginado se desplegaron ante sus ojos, podía ver las esperanzas y el dolor de las personas que le rodeaban, volvió a percibir de nuevo el mundo como cuando era un niño. Pero, sobretodo, Shulgin comprendió que toda esa información no provenía de la sustancia, sino que se encontraba en su propia mente: el mundo entero estaba contenido en ella, y los psiquedélicos tenían esta extraña capacidad de hacer accesible la información a la consciencia. Sobrecogido por las desvelaciones que ocultaba en sí esta molécula, decidió consagrar su vida al estudio de los compuestos psiquedélicos desveladores del alma-, trabajando tanto con las fuentes naturales de las plantas como con los compuestos químicos puros que estas albergaban. Shulgin también es considerado el padre de una nueva ciencia. Partiendo de su portentosa habilidad para manejar estas moléculas mágicas, y a base de cambiar sus radicales, ha creando nuevas llaves que abren las cerraduras de las regiones perceptivas del espíritu humano. Los compuestos emparentados con la MDMA, el 2-CB, o la familia de los 2-CTs, son un ejemplo de ello. Shulgin da sus razones para escoger los psiquedélicos como su campo de estudio y dedicación. La heroína, nos dice, sume al usuario en un estado de letargia en el que nada parece importar, en el que el interés y la motivación por las cosas del mundo se eclipsa dejándole a uno en un estado de bienestar apático. '¡Yo quiero trabajar!', parece que nos diga este anciano lleno de vitalidad. La cocaína, por otra parte, lleva a la persona a un estado en el que parece que esté en la cima del mundo, pero en realidad, cuando desaparecen sus efectos, sigue en el mismo sitio que antes. En cambio, los psiquedélicos son unas herramientas que dan conocimiento real, tanto de uno mismo como una nueva percepción del mundo en el que vivimos. Ya estamos pues en el camino de Shulgin. La sustancia que ha investigado y que le ha dado más renombre es la MDMA, el popular éxtasis. En realidad este compuesto no es una creación de Shulgin, pues fue sintetizado por un laboratorio farmacéutico en el año 1910, descartándole aplicación alguna. Su estudio como material psicoactivo fue retomado por Shulgin, aceptando desde aquel momento el modesto papel de padre adoptivo de la criatura. La fama del compuesto radica en que viene a representar toda una nueva familia de sustancias que, no siendo enteramente psiquedélicas, su efecto se centra en la apertura de las puertas del corazón, permitiendo al individuo expresar y experimentar contenidos afectivos sepultados y reprimidos por las barreras culturales de nuestra sociedad. Aunque durante mucho tiempo esta sustancia fue usada en la escena terapéutica underground californiana, pasó a tener un estatus de ilegalidad a partir del momento su uso se expandió en los campus universitarios, cuando el incombustible Tim Leary osó declarar que la MDMA sería en los años ochenta lo que la LSD para los años sesenta. Dicen que este aprendiz de brujo sabe tanto de manejar moléculas que merecería el Premio Nobel. Estos mismos rumores apuntan que no se lo dan porque este reconocimiento levantara un debate que los gobiernos no sabrían cómo manejar. Sea como fuere, yo he visto al maestro Shulgin conversando con un Premio Nobel de Química y a éste, saturado por complejos de inferioridad, encogerse y retraerse sin atreverse a hacer inciso alguno a lo que Shulgin exponía. Shulgin nunca ha llevado a cabo experimentos con animales, ya que siempre ha considerado que las narraciones que estos pueden aportar sobre este tipo de experiencias interiores es más bien pobre. El otro camino que quedaba era el ensayo con otros seres humanos, pero de nuevo descartó esta posibilidad por considerarla el summum de la inmoralidad. Dar a alguien algo que puede resultar tóxico, o de cuyos efectos poco o nada conoce, haciéndolo servir de conejillo de indias como la CIA hacía con soldados del ejército para ensayar la LSD como arma de guerra, era poco ético. Esto condujo a Shulgin a diseñar un plan mucho más humano a la vez que intrépido: el bioensayo. Este raro nombre significa que Shulgin probaba consigo mismo los compuestos que ideaba, empezando con dosis pequeñas que iba aumentando en caso de no obtener efecto alguno. En el caso de dar con un compuesto interesante, entonces lo probaba con su esposa, al más puro estilo de la pareja original, como Eva y Adán, que en el jardín del Edén probaron por primera vez el Fruto Prohibido. Y una vez pasada esta excitante prueba matrimonial, ensayaban la sustancia con un reducido y selecto grupo de amigos. En 1991, Alexander y su esposa Ann expusieron todo este camino de conocimiento y autodescubrimiento en su libro PIHKAL, A Chemical Love Story. Como reacción a esto la agencia americana para las drogas reaccionó paranoicamente, lo que les llevó a escenificar un asalto a la casa de los Shulgin con personal engalanado de escafandras de astronauta por el peligro que implicaba el aproximarse a un lugar tan contaminado de sustancias peligrosas y tóxicas-. A pesar de que Shulgin contaba con un permiso de investigación, este happening se saldó con un juicio que incautaba a los Shulgin todos los ahorros de su vida. Quizás alguien podría suponer que Alexander Shulgin, teniendo los conocimientos de química que posee, tendría una cuenta bancaria de lo más desbordada. Pero esto no es así. El amable juez que lo procesó tuvo la indiscreción de averiguar el total de los ahorros de la familia, y dictó una sentencia con una multa que les embargaba este dinero. La suma no llegaba a los dos millones de pesetas, y dejó a la pareja sin recursos. Este tropiezo fue saldado por un simpatizante que abrió una suscripción a través de Internet, en la que entusiastas de todo el planeta aportaron sus donativos para que los Shulgin continuaran pagando sus gastos alimentarios cotidianos. Como Ann es una persona partidaria del amor universal y poco amiga a los enfrentamientos, estos mismos policías que les habían detenido fueron invitados más tarde a las reuniones que los Shulgin celebran mensualmente en su casa con amigos. Se comenta que los agentes, después de haber leído su libro, inquirieron a los Shulgin sobre la posibilidad de conseguir dichas sustancias. Ann y Sasha les recordaron que ellos investigaban, pero que no comercializaban. Citas:
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Libros de Alexander y Ann Shulgin |
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