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Segundo volumen de la obra cumbre de Joseph Campbell sobre la mitologías y cosmologías euroasiáticas, esta vez centrada en las cosmovisiones 'orientales': desde el Antiguo Egipto y Mesopotamia hasta la china ancestral, taoista y confuciana, el hinduismo, el budismo, el jainismo o el sintoismo. Ciertamente nos encontramos ante una obra muy rica y una lectura infinita, repleta de información que resultará de provecho para todas aquellas personas interesadas en el mundo de las religiones y las diferentes concepciones cosmológicas de distintos pueblos y épocas. Después de un primer volumen en el que se abordaba la 'mitología primitiva' (el chamanismo, el paleolítico, el neolítico), en esta ocasión Campbell se centra en las primeras civilizaciones que se agruparon en torno a ciudades (así pues, entran en escena las primeras culturas mesopotámicas, el Antiguo Egipto, la civilización China o la hindú). Y con ellas las primeras cosmovisiones basadas en el universo de los dioses -manifestados primero como monarcas-, para luego pasar a adquirir una mayor individuación en el caso del ser humano. Si el autor distingue entre 'mitologías' orientales y occidentales, lo hace para establecer un contraste entre la concepción espiritual de oriente (inmanente) y la occidental (trascendente): entre dos visiones complementarias de la cosmología, de la divinidad y del ser humano. Si bien los críticos acostumbran a decir que el primer tomo de la obra (dedicada a la mitología primitiva) era la más 'conflictiva' (en todo caso, para la presente edición este primer volumen ha sido revisado ampliamente por la Fundación Joseph Cambpell), en este segundo tomo podemos entrar sin miedos y estar seguros que proporcionará información y placer sin límites a la persona interesada en la concepción mítica oriental (una sorpresa, a la vez que un universo que es necesario 'descubrir'). Una obra de renombre y envergadura, una lectura infinita. |
Índice del Libro |
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Nadie como Joseph Campbell ha hecho comprender mejor a nuestra época el sentido mítico del mundo. En su prólogo al monumental estudio comparativo de las mitologías, cuya nueva edición continúa publicando Atalanta con este segundo volumen, afirma que el hombre no puede sostenerse en el universo sin otorgar un sentido a las ideas míticas heredadas, porque la crónica de nuestra especie no es sólo la de su historia biológica, o la que se apoya en el desarrollo tecnológico, sino también la historia espiritual de las diferentes razas humanas. Publicada entre 1959 y 1968, Las máscaras de Dios está dividida en cuatro volúmenes. El primero, dedicado a la Mitología primitiva, indaga los motivos mitológicos de las culturas prehistóricas a la luz de los descubrimientos arqueológicos, antropológicos y psicológicos más recientes. El segundo volumen, Mitología oriental, se ocupa de las religiones de Egipto, la India, China y Japón. El tercero, Mitología occidental, es un estudio comparativo de los temas universales que subyacen en el arte, los cultos y los textos de la cultura europea. La obra se completa con Mitología creativa, que trata sobre la importancia que ha tenido la herencia mitológica en el mundo moderno y sobre el ser humano como creador de sus propias mitologías. Esta nueva edición en castellano de Mitología oriental ha sido revisada por la Fundación Joseph Campbell con el fin de conservar toda su vigencia científica como libro de referencia.
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El diálogo entre los mitos de Oriente y Occidente El mito del eterno retorno, que sigue siendo básico en la vida oriental, presenta un orden de formas fijas que aparecen y reaparecen en todas las épocas. El periplo diario del sol, la luna creciente y menguante, el ciclo anual y el ritmo orgánico de nacimiento, muerte y nuevo nacimiento representan un milagro de surgimiento continuo que es fundamental para la naturaleza del universo. Todos conocemos el mito arcaico de las cuatro edades de oro, plata, bronce y hierro, según el cual el mundo sufre un declive cada vez más acusado hasta desintegrarse en el caos para brotar de nuevo, fresco como una flor, y recomenzar espontáneamente su inevitable curso. Nunca hubo un tiempo en el que el tiempo no existiera. Tampoco lo habrá en el que cese este juego caleidoscópico de la eternidad en el tiempo. Ni el universo ni el hombre, por tanto, ganan nada con la originalidad y el esfuerzo individual. Los que se identifiquen con el cuerpo mortal y sus inclinaciones descubrirán necesariamente que todo es doloroso, pues para ellos todo debe acabar. Pero para los que han encontrado el punto fijo de la eternidad, alrededor del cual todo gira incluidos ellos mismos, las cosas son aceptables tal como son; de hecho, incluso es posible experimentarlas como gloriosas y maravillosas. En consecuencia, el primer deber del individuo simplemente es desempeñar su papel prefijado como hacen el sol y la luna, las especies animales y vegetales, las aguas, las rocas y las estrellas sin resistencia, sin tacha; y después, si es posible, organizar su mente de tal forma que identifique su conciencia con el principio que habita en todas las cosas. |
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