Primer capitulo del libro
Los meteoritos no podían dejar de impresionar; venidos de «lo alto», del cielo, participaban de la sacralidad celeste. En determinado momento y en ciertas culturas incluso es probable que se imaginase el cielo de piedra. Todavía en nuestros días los australianos creen que la bóveda celeste es de cristal de roca y el trono del dios uraniano de cuarzo. Pues bien, los pedazos de cristal de roca -que se suponen desprendidos de la bóveda celestial- desempeñan un papel esencial en las iniciaciones chamánicas de los australianos, de los nativos de Malaca, en América del Norte, etc. Estas «piedras de luz», como las llaman los dayaks marítimos de Sarawak, reflejan todo cuanto ocurre sobre la tierra; revelan al chamán lo que ha sucedido al alma del enfermo y por dónde ha escapado ésta. Conviene recordar que el chamán es aquel que «ve» porque dispone de una visión sobrenatural: «ve» a lo lejos tanto en el espacio como en el tiempo futuro; percibe igualmente lo que permanece invisible para los profanos (el «alma», los espíritus, los dioses). Durante su iniciación se rellena al chamán con cristales de cuarzo. Dicho de otro modo: su capacidad visionaria y su «ciencia» le vienen, al menos en parte, de una solidaridad mística con el cielo.
Hagamos hincapié en esta primera valorización religiosa de los aerolitos: caen sobre la tierra cargados de sacralidad celeste; por consiguiente, representan al cielo. De ahí procede muy probablemente el culto profesado a tantos meteoritos o incluso su identificación con una divinidad: se ve en ellos la «forma primera», la manifestación inmediata de la divinidad. El palladion de Troya pasaba por caído del cielo, y los autores antiguos reconocían en él la estatua de la diosa Atenea. Igualmente se concedía un carácter celeste a la estatua de Artemisa en Éfeso, al cono de Heliogábalo en Emesis (Herod., V, 3, 5). El meteorito de Pesinonte, en Frigia, era venerado como la imagen de Cibeles, y como consecuencia de una exhortación délfica fue trasladado a Roma poco después de la Segunda Guerra Púnica, Un bloque de piedra dura, la representación más antigua de Eros, moraba junto a la estatua del dios esculpida por Praxiteles en Tespia (Pausanias, IX, 27,1). Fácilmente se pueden hallar otros ejemplos (el más famoso es la Ka'aba, de La Meca). Es curioso contemplar que un gran número de meteoritos se ha asociado con dioses, sobre todo con diosas de la fertilidad del tipo de Cibeles. Asistimos en tal caso a una transmisión del carácter sacro: el origen uraniano es olvidado en beneficio de las ideas religiosas de la petra genitrix; este tema de la fertilidad de las piedras nos ocupará más adelante.
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