Fragmento del libro
21 de abril de 1941
Desde el 10 de febrero estoy en Lisboa. Hace meses que no he escrito nada, ni tan siquiera cartas inteligentes. Interrumpí mi diario íntimo al salir de Rumania el 19 de abril de 1940. Habría sido inútil escribir mis impresiones. Sabía que no podría salir de Inglaterra ni con una página del manuscrito. Además, tenía miedo de que me hiciesen un registro. De haber llevado un diario sincero y regular, me habría visto obligado a consignar tantas conversaciones importantes con políticos ingleses, tantas confidencias que de haberse descubierto podrían haberle costado a alguien la libertad o incluso la cabeza. Intento continuamente refrescar mis datos para poder redactar alguna vez mis memorias de Inglaterra.
Sin embargo, hoy comienzo este cuaderno con unas motivaciones muy distintas. Nina se ha marchado unos días a Bucarest. Me quedo solo cuatro o cinco semanas. La suspensión del trabajo responsable desde hace tantos meses, la presión política con la que estoy viviendo, la pereza mental, el abandono de mis manuscritos y notas de Oxford, la pobreza intelectual de Lisboa. Todo eso me amenaza con una lenta degradación. Siento la necesidad de volver a encontrarme a mí mismo, de concentrarme.
5 de enero de 1943
Casi nunca puedo escribir el día que tengo algo que hacer. Aun cuando sólo tuviese ocupada la tarde, soy incapaz de crear. No puedo trabajar más que con la certidumbre de poder estar indefinidamente sentado en mi escritorio.
28 de enero de 1945
Del diario de Kierkegaard, 1837: «¿Qué es la amistad sin intercambio intelectual? Un refugio de almas débiles que no saben respirar en el éter de la inteligencia, sino sólo en los vapores de la animalidad.». He ahí la explicación de mi esterilidad entre 1940-44.
31 de enero de 1945
El boletín de noticias internas retransmitido anoche por Radio Bucarest anunció que entre los culpables del desastre del país están también los principales escritores, como, por ejemplo, Al. Brátescu-Voinesti, quienes han sido detenidos. Cada vez es más bonito.
12 de febrero de 1945
Ahora es cuando comprendo el profundo sentido de una costumbre india: el maestro espiritual, quien como muestra de gran amor da a su discípulo de comer con su propia mano. Así me daba a mí Swami en Rishikesh. Me metía las avellanas, una a una, en la boca. Suponía que era una muestra de amor. Hoy comprendo: el discípulo es un recién nacido al igual que cualquier neófito de las ceremonias de iniciación. Es todavía un bebé, no puede comer solo. En muchas sociedades iniciáticas «primitivas», el candidato olvida hablar, olvida el uso de las manos y es alimentado por sus padres como un bebé, poniéndole la comida en la boca.
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