Comentario de la Librería
Dicen que el tabaco, la nicotina y sobretodo los cigarrillos son adictivos... Ciertamente este libro lo es: por su amenidad, el sentido del humor, sus anécdotas, su acertada organización, la excelente redacción, la buena calidad de la investigación llevada a cabo... En fin, nos encontramos ante un auténtico placer sustitutivo -decía Oscar Wilde que los 'vicios' no se extinguen, sino que se sustituyen: pues bien, este libro puede ser un buen sustituto al automatizado hábito del fumar.
Su autor, un fumador confeso desde la primera línea del estudio -en la solapa aparece sazonado por los efluvios de un habano-, parece haberse planteado la redacción del libro para contestarse una pregunta: ¿cómo se la llegado a una situación en la que el fumar está mal visto, e incluso empieza a ser perseguido? Y para ayudarse a responder a esta cuestión, se plantea otra pregunta: ¿cuales son los orígenes del fumar, o sea: por qué fumamos? Dotado de una innata habilidad para la escritura, el autor toma sobre sus espaldas la responsabilidad de despejar estas incógnitas, y lo hace con una facilidad tan pasmosa que hace olvidar al lector la ingente cantidad de trabajo que se esconde tras la elaboración de este estudio.
Empezaremos con un capítulo dedicado a los orígenes del fumar en América, donde los chamanes lo usaban como una más de las plantas que se valían para entrar en trance, mientras que los nativos norteamericanos lo empleaban para sellar pactos -introduciéndolo de forma ritual en sus famosas pipas. Al llegar los europeos al continente americano la planta de la nicotina se abre paso con habilidad para traspasar los mares: pronto llegan los primeras semillas, que son saludadas como una curiosidad que puede tener intereses medicinales, aunque no sin despertar cierta polémica. Con el paso del tiempo, los ingleses adoptan la costumbre de quemarlo en sus queridas pipas; los franceses, más elegantes, se deciden por el rapé (el tabaco pulverizado para esnifar); mientras que los españoles se decantan por el cigarro. Después de décadas de establecimiento de colonias de cultivadores de tabaco en Norteamérica, los nuevos norteamericanos se deciden en masa por el tabaco de mascar. La planta, un buen estimulante mental, con propiedades supresoras del apetito y tranquilizantes -al menos para aquellos habituados a fumar-, se extiende de forma democrática allí donde los europeos ponen el pie en su insaciable adicción a vagar por el mundo.
Todo esto hasta llegar de forma trepidante al siglo XX, que con su capacidad industrial y mecánica hace un regalo envenado a la cultura de la ingestión de nicotina: el cigarrillo. Lo que hasta el momento había sido un mal menor -envolver el tabaco en papel-, se convierte en la virtud de la nueva industria tabaquera de los EE.UU.: se patentan unas ingeniosas máquinas capaces de producir cigarrillos de forma masiva y automática. Esto, junto a otro de los subproductos de la técnica, la publicidad, convierte al elegante acto de fumar cigarrillos en un hábito más que democrático: lo convierte en algo ubicuo. Por si fuera poco, se inventa el filtro para los cigarrillos, hecho nada más y nada menos que de un material que irónicamente también resultó ser dañino para la salud pulmonar. Con esto quedan desplazadas las formas de fumar más o menos civilizadas, como el puro o la pipa, o el mambear tabaco como si hojas de coca se tratara, o inhalarlo en forma de rapé.
En definitiva, un libro tan adictivo como el tabaco, que proporciona tanto placer como el mismo, tolerante como el fumar en pipa, y tan humorístico y divertido como la cannabis. Posibles efectos secundarios: uno se plantea alejarse del serrín embuchado en cigarrillos y pasarse a otras formas de consumo más ancestrales! Incluye también un manual para el cultivo, secado y curado de tabaco (todo en el jardín de casa).
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