Comentario de la Librería
Así como hay personas que sólo fumando marihuana tienen unas experiencias parejas a las que otras sólo alcanzan tomando hongos, las hay que para superar el techo psíquico que suele presentar la marihuana tienen por costumbre el ingerir unos gramos de hachís. Esta era la práctica común entre los miembros del club de los hashichiens, artistas e intelectuales del París del siglo XIX -entre los cuales se encontraba Baudelaire-, que solían saciar su esnobismo y curiosidad orientalizante con el deleite del damwask, o sea, una mezcla de mantequilla, café y hachís. Y este fue también el caso de Fritz Hugh Ludlow, un prolífico escritor norteamericano que a mediados del siglo XIX publicó el presente libro, El comedor de hachís, que en cierta manera fue inspirado por el ya clásico libro de Thomas de Quincey, Confesioens de un inglés comedor de opio. A partir de su curiosidad por saber de todo lo que iba llegando a la botica de un farmacéutico amigo suyo, Ludlow se decidió por ingerir 30 gramos de un preparado a base de extracto de la cannabis, sin saber muy bien lo que esperar de la experiencia. Lo que siguió se encuentra relatado en el presente escrito, y por lo que narra queda claro que lo que halló se asemeja más a una intensa experiencia psiquedélica que al acostumbrado suave efecto de la marihuana inhalada.
La experiencia del hachís comido se caracteriza por desplegarse al cabo de varias horas de haber ingerido el preparado, así como por la mayor potencia de la misma si la cantidad e material es ingerido es elevada, entrando en el reino de lo 'psiquedélico', y a la oscilante sensación que alterna entre el éxtasis y la el terror, el extravío y el espanto.
Visiones paradisíacas alternadas con profundos temores a una muerte inminente; descripciones poéticas de paseos y de paisajes a la vez que meditaciones filosóficas sobre la reencarnación; los cuentos de Las mil y una noches junto con la cultura oriental o los filósofos griegos -sobretodo Pitágoras, del que el autor se considera un discípulo espiritual; los cambios abismales en la percepción del transcurso del tiempo -acrecentándolo y achatándolo de forma extrema-, junto con la curiosidad de quien cada nuevo viaje ofrece nuevas perspectivas para meditar, nuevos reinos con los que desposarse, nuevas pasiones y nuevos temores en los que reflejarse.
Y si a todo esto añadimos la portentosa capacidad reflexiva y filosófica de nuestro autor, la pasión con la que está escrito este libro y la voluntad por transmitirnos sus pioneros y novedosos descubrimientos, tendremos en nuestras manos un relato único en la literatura de la cannabis; un libro publicado en 1956, en el mismo día en que Las flores del mal de Baudelaire aparecía en Francia, pero que cayó en el olvido, seguramente debido a la muerte de su autor a una temprana edad.
Uno de esos libros que no se sueltan de las manos hasta que termina, o hasta que una obligación se interpone entre el principio y el final.
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