Prólogo del libro
(Escrito por: Alejando Jodorowsky)
Claudio Naranjo, cuyo árbol genealógico es europeo, fue a parar a Chile. Y había un deseo profundo allí en Chile de integrar la mentalidad del viejo mundo en el nuevo mundo, como poner el viejo vino en un barril nuevo.
Era un artista, yo siempre lo vi como un artista, inconforme: éramos muy inconformes. Y era tan grande, tan inmensa la inconformidad, que había que salir de Chile y había que hacer algo.
No sabíamos quiénes éramos, no había definición. Había que irse a ver quiénes éramos. Él lo hizo, y después yo también lo hice. Correr mundo... Anduve en muchas partes: fui a Estados Unidos y empecé a hacer películas; y él estaba en Estados Unidos, donde empezó a explorar el mundo terapéutico mientras yo me dedicaba al cine. Pero coincidimos en un maestro, Oscar Ichazo, que a mí me marcó muchísimo. Era un maestro y otras cosas bastantes raras. Era rarísimo este señor, pero bastante genial, y Claudio trabajó con él en Arica.
En Arica mis padres vendían no sé qué cosas: tijeras, vasos, joyas, culebras... Y al mismo tiempo que mi padre estaba vendiendo eso, y yo estaba allí de visita, creo que Claudio estaba tratando de levitar; porque Oscar les prometió a sus discípulos que iban a levitar en seis meses. Y que iban a conseguir la inmortalidad... ¡Pero qué inmortalidad, si uno ya es inmortal! El espíritu es inmortal.
Vi a Claudio investigar lo oriental, comenzando por el Zen y buscando el encuentro consigo mismo. Claro que el encuentro de sí mismo no tiene nada que ver con el mundo. Antes de encontrarse uno consigo mismo no vive en el mundo, vive en cualquier cosa. Solo cuando se encontró a sí mismo empezó a vivir en el mundo, y entonces empezó a trabajar en el mundo, ayudando a curar al mundo. Cuando te haces consciente, lo primero que se te cae encima es el peso del mundo. Y entonces él pensó: «Voy a tener que curarlo, yo solito». Y salió al mundo y empezó a curar, solito.
Claudio sufrió muchísimo. Un sufrimiento que yo también tuve. Cuando se habla de una persona en términos grandes, cuando una persona llega a ser grande, es porque ha sufrido. Yo creo que el dolor añade a la ciencia, y la ciencia añade al dolor. Conociendo su dolor personal puede uno curar al mundo. Quien no ha sufrido no puede curar a nadie, eso es cierto. Es un inocente. Los inocentes no curan a nadie, son inútiles, son como pajaritos que solo cantan.
Entonces, yo lo vi superar el dolor, lo vi abatirse de lejos, y lo vi también encontrar el amor. Encontrar la realización de esta cosa increíble y tan difícil que es el arquetipo que te corresponde. Y no solo lo encontró: es un hombre realizado en eso también. Como decía Sri Aurobindo: «Quien camina sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral». Y la gran panacea es el amor. No nos escapamos de amar cuando no estamos jugando jueguitos.
Hablar de Claudio Naranjo es hablar de una persona que vive en un mundo racional y que al mismo tiempo rompe el mundo racional y entra en el mundo mítico. Vive un equilibrio entre el mundo racional y el mundo mítico. Una persona que está solamente en el mundo racional no vive. Se necesita abrir las puertas al mundo de los arquetipos, del arte, de la curación: un mundo de locura.
Cuando hay alguien que ayuda a la gente a encontrarse no solamente en el mundo racional sino en el mítico, y cuando ayuda a la gente a encontrar el mundo mítico en el mundo objetivo, está haciéndole un gran bien a la humanidad, ¿no es cierto? Hay poca gente que está allí sin devorar al mundo. Estamos en un mundo en que la gente devora al mundo, lo devora para conseguir cosas muy frágiles. Entonces, cuando uno se encuentra con una persona que está alimentando al mundo, que está mostrando soluciones, asiste a un advenimiento.
Para mí este libro de Claudio Naranjo es el comentario más profundo que he leído sobre el viaje hacia los misterios interiores.
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