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Libros sobre Tanatología |
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Si el libro de Raymond Moody, Vida después de la vida, supuso una revolución en cuanto a la concepción sobre el proceso de la muerte en occidente, este libro de Kübler-Ross ha representado una segunda vuelta de tuerca acerca del proceso del acompañar a una persona que se enfrenta al 'último viaje', a la cortina final, a la puerta de salida de esta vida. El libro de Moody estaba compuesto por una serie de narraciones de personas que habían sido declaradas 'clínicamente muertas', y que habían regresado a la vida recobrando sus constantes vitales, relatando la experiencia 'trascendente' que recordaban de este lapso de tiempo en el que su mente -su espíritu o su alma-, se encontraba suspendida en el mundo de la consciencia, viendo a las demás personas que se encontraban en la habitación del hospital, o visualizando un túnel de luz, así como experiencias visionarias o de tipo quasi-religioso. En cierta manera este libro supuso para el lector occidental, hasta el momento creyente del postulado mecanicista de que la consciencia no sobrevive a la muerte física, la posibilidad de las cosas no fueran tal y como había asumido. Kübler-Ross, incansable trabajadora en el campo de la tanatología y del acompañar a personas que se enfrentaban al proceso del tránsito, empezó a estudiar de manera sistemática la posibilidad de la supervivencia de la consciencia, así como el encuentro con familiares ya difuntos en las postrimerías de la vida, después de una experiencia 'transpersonal' en la que ella misma validó la posibilidad de que la consciencia y el mundo, tal y como se lo había descrito la ciencia médica occidental, no estuvieran encerrados en los límites de un universo mecanicista. De ello surgieron varios informes que dejaban por sentado que la consciencia de la persona que muere sobrevive a final físico, y por encima de todo, dejaba claro la importancia de perder el miedo a este momento, así como la conveniencia de abrirse a la necesidad de que los familiares cercanos a la persona que termina su vida compartan con ella, de forma abierta y aceptante, este momento. El libro de Kübler-Ross, más humano que el de Moody y menos psiconáutico, más terrenal y 'científico' y menos espectacular, introdujo de forma honesta la capital importancia que tiene la figura de la persona que acompaña a al enfermo terminal, y la relevancia de que este encuentre un apoyo tranquilizador a este difícil momento, recibiendo información y a la vez pudiéndola compartir con otros. En definitiva, el aceptar el hecho de la muerte, el poder despedirse y cerrar asuntos pendientes con personas próximas, el compartir conocimientos de la posibilidad de la supervivencia de la consciencia, y sobretodo, el poder explicar las experiencias numinosas y trascendentes que pueden acontecer durante los últimos momentos y primeros instantes del proceso del tránsito. Y todo esto sin necesidad de circunscribir a la persona en un marco religioso u otro en concreto. |
Índice del Libro |
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Morir es trasladarse a una casa más bella, «se trata sencillamente de abandonar el cuerpo físico como una mariposa abandona su capullo de seda». Estas palabras de gozo son las que pronuncia cada día la doctora Elisabeth Kübler-Ross junto a la cabecera de sus enfermos. Doctor honoris causa de varias universidades, es reconocida mundialmente como una autoridad en materia de tanatología. Las experiencias científicas de la doctora Kübler-Ross permiten confirmar la existencia de una vida después de la muerte. Sólo se trata del pasaje a un nuevo estado de consciencia en el que se continúa existiendo, comprendiendo, y en el que el espíritu tiene la posibilidad de proseguir su crecimiento. Ella ha comprendido que los seres que están en el umbral de la muerte no 'alucinan' cuando ven a personas que ya murieron venir a buscarlos. Este libro nos demuestra que la muerte es un renacimiento, un nuevo amanecer. |
Hay mucha gente que dice: «La doctora Ross ha visto demasiados moribundos. Ahora empieza a volverse rara.» La opinión que las personas tienen de ti es un problema suyo no tuyo. Saber esto es muy importante. Si tenéis buena conciencia y hacéis vuestro trabajo con amor, se os denigrará, se os hará la vida imposible y diez años más tarde os darán dieciocho títulos de doctor honoris causa por ese mismo trabajo. Así transcurre ahora mi vida. Cuando ocurre que se ha pasado largo tiempo, durante muchos años, sentada junto a la cama de niños y ancianos que mueren, cuando se les escucha de verdad, uno percibe que ellos saben que la muerte está próxima. Súbitamente alguno se despide, dice adiós, mientras que en ese momento uno está lejos de pensar que la muerte podría intervenir tan pronto. Si se aceptan esas declaraciones, si se permanece junto al moribundo, se comprobará que la comunicación continúa y el enfermo expresa lo que desea hacer saber. Después de su muerte, se experimenta el emocionado sentimiento de ser quizá la única persona que ha atendido con la debida seriedad sus palabras. Hemos estudiado veinte mil casos, a través del mundo entero, de personas que habían sido declaradas clínicamente muertas y que fueron llamadas de nuevo a la vida. Algunas se despertaron naturalmente, otras sólo después de una reanimación. Quisiera explicaros muy someramente lo que cada ser humano va a vivir en el momento de su muerte. Esta experiencia es general, independiente del hecho de que se sea aborigen de Australia, hindú, musulmán, creyente o ateo. Es independiente también de la edad o del nivel socioeconómico, puesto que se trata de un acontecimiento puramente frumano, de la misma manera que lo es el proceso natural de un nacimiento. La experiencia de la muerte es casi idéntica a la del nacimiento. Es un nacimiento a otra existencia que puede ser probada de manera muy sencilla. Durante dos mil años se ha invitado a la gente a «creer» en las cosas del más allá. Para mí esto no es un asunto más de creencias, sino un asunto del conocimiento. Os diré con gusto cómo se obtiene ese conocimiento siempre que queráis saberlo. Pero el no querer saberlo no tiene ninguna importancia porque cuando hayáis muerto lo sabréis de todas maneras, y yo estaré allí y me alegraré muy particularmente por los que hoy dicen: «Ay, la pobre doctora Ross.» |
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