Fragmento del libro
Me aguarda ahora una tarea particularmente difícil: no ser mal interpretado, cosa muy probable, dada la postura excepcional que me veo obligado a adoptar respecto al peyote. Puedo caer bajo sospecha de que, tras haber abjurado de la fe y la adoración a los tres venenos anteriormente descritos, pretendo probar que el único digno de ser empleado es precisamente este cuarto, y que me he librado de tres formas de adicción mediante la sumisión a otra. La gente suele ser muy escéptica en lo tocante a este tema y, en cierta medida, lleva razón. Cuando con la ayuda del peyote dejé de beber absolutamente por un largo espacio de tiempo (cerca de año y medio) y, en general +antes del definitivo abandono del alcohol y otros venenos cuyo esporádico consumo solía reservar básicamente para mis experimentos con el dibujo (eucodal, harmina -o sea, la banisterina sintética de Merck-, el llamado ya-yóó, el éter y la mescalina, uno de los cinco componentes del peyote obtenido por síntesis)-, y ya no volví a ingerir las dosis de alcohol que anteriormente tenía por costumbre, he aquí que en esta época solía encontrarme a menudo con declaraciones como las que siguen -declaraciones éstas en las que estaba implícita la duda de que hubiera abandonado la bebida y otros procedimientos, a los cuales se había sospechado injustamente que era adicto-; así pues, se me solía decir: «has abandonado la bebida para caer en la adicción al peyote», o bien: «jo, jo, así que de la lluvia al pedrisco», etc., etc. Pues bien, para empezar, casi no existen en el mundo adictos al peyote. Acaso en México sea posible encontrar algunas contadas excepciones de individuos degenerados que no dejan de mascar el llamado mescal-buttons, es decir, trozos de peyote seco. Se trata de las últimas eflorescencias de las tribus, por desgracia en extinción, de la raza roja, muy contadas y por lo visto tan predestinadas al ocaso que incluso han logrado hacer del peyote -a cuya adicción resulta harto difícil advenir- su droga particular.
No pienso repetir aquí cosas que cualquiera podrá encontrar en una bibliografía científica especializada, empezando por la obra del doctor Aleksander Rouhier, Peyotl, la plante qui fait les yeux émerveillés, hasta los últimos experimentos del profesor Kurt Beringer con la mes calina sintética de Merck, titulados Meskalinrausch. Pienso limitar mi relato a mis experiencias personales con el peyote, al que considero de todo punto no perjudicial en caso de un consumo esporádico, y que, aparte de las insólitas visiones ópticas, da lugar a una penetración tan profunda en las capas ocultas del intelecto, y constituye un revulsivo tal respecto de todos los demás narcóticos y sobre todo del alcohol que, debido a la casi absoluta imposibilidad de caer en la adicción al mismo, debería ser empleado en todos los sanatorios donde se cura a adictos de todo género. Tan sólo señalaré, como prueba de la imposibilidad de habituarse al peyote, que los indios mexicanos que consumen este vegetal, bautizado por ellos como la Divinidad de la Luz, desde hace miles de años, no lo consumen sino durante las solemnidades religiosas que (...)
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