Prólogo del libro
Un clásico de la literatura oriental, un monumento de la narrativa árabe, un compendio de cuentos fantásticos, una antología de leyendas exóticas, una colección de fábulas y lecciones morales, un libro portentoso, un pasatiempo divertido, una mera transcripción de relatos orales, un estandarte de lo maravilloso, un cajón de sastre literario, una obra donde se mezclan comedia y tragedia, magia y realidad, un remedio contra el insomnio, un éxito inesperado de público y de crítica en la Europa moderna, el relato desesperado de una superviviente, un claro ejemplo de que la palabra es salvadora... Quizá haya mil y una maneras de definir Las mil y una noches, esta creación literaria que ha conseguido ser la obra más conocida y leída en Occidente de la literatura árabe.
La historia-marco de Las mil y una noches engloba todos los cuentos narrados por su gran protagonista Sahrazad, cuyo esposo, el iracundo sultán Sahriyar, desencantado de la fidelidad de las mujeres, ha decidido casarse cada día con una muchacha virgen y matarla después de haberla poseído la noche de bodas.
Sahrazad, para evitar la muerte, lo embelesa todas las noches con una historia larga y cautivadora que al alba deja inconclusa en un punto culminante, para de este modo tener que proseguir el relato por lo menos una noche más. Así lo hará durante mil y una noches, al cabo de cada una de las cuales el sultán, excepcionalmente, le concederá el perdón y le salvará la vida. En ocasiones, Sahrazad explica una historia con un principio y un final, pero otras veces su relato se ramifica en otras historias, con lo que las tramas y las soluciones argumentales se multiplican como en un juego de muñecas rusas. Es con este hilo argumental, simple pero ingenioso, como el heterogéneo conjunto de relatos de Las mil y una noches de Sahrazad queda perfectamente trenzado.
Las historias con las que Sahrazad embelesa a Sahriyar son de todo tipo: cuentos maravillosos con genios del desierto, demonios, espíritus o animales quiméricos que aparecen de pronto para fustigar o favorecer a los protagonistas, novelas de caballerías con justas y batallas entre árabes y bizantinos o cruzados, romances de amor y deseo a menudo con una alta carga sexual, breves novelas picarescas protagonizadas por verdaderos profesionales del engaño, relatos de viajes y aventuras como el de Simbad el Marino, historias policíacas en las que hay que resolver un crimen, un misterio, un enigma o un trágico malentendido. Algunos cuentos son la reescritura de antiguas fábulas orientales, de mitos o leyendas, mientras que otros son de carácter ejemplarizante. También se relatan mil anécdotas de humor, episodios de suspense o de terror cuyos protagonistas son califas, sultanes, visires, príncipes o nobles -algunos de ellos históricos: Alejandro Magno, califas abasíes como Harún al-Rashid o su hijo Al-Mamún, o los visires barmakíes-, así como comerciantes o simples ciudadanos de la calle, y que sólo pretenden intrigar o divertir a quien las escucha o las lee. Ciertamente, de no ser por la historia de Sahrazad que engloba todas las demás, la aparente falta de unidad y congruencia del conjunto sería total. Pero lo que podría ser visto como un grave defecto de forma y de concepto -Voltaire llega a afirmar en su Zadig que se trata de un variopinto cúmulo de historias que «no tienen ni pies ni cabeza»- es precisamente lo que les da encanto y lo que todavía embelesa a los lectores modernos de Las mil y una noches y también, no lo olvidemos, lo que salva a Sahrazad de ser ejecutada.
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