Introducción del libro
«Sabed esto: Yo, Mercurius, he escrito aquí una descripción íntegra, fiel e infalible de la Gran Obra. Pero en justicia os advierto que, a menos que busquéis el auténtico oro filosófico y no el oro del vulgo, a menos que vuestro corazón persiga con inquebrantable propósito la verdadera piedra de los filósofos, a menos que seáis firmes en vuestra búsqueda acatando las leyes de Dios con fe y humildad absolutas y renunciando a toda vanidad, arrogancia, falsedad, intemperancia, orgullo, lujuria y pusilanimidad, no sigáis leyendo, no vaya a resultaros fatal...»
Las desconcertantes palabras de la página opuesta figuraban en la primera hoja que saqué de una de las dos bolsas que habían dejado ante la puerta de mi piso, en la tercera planta de un edificio de Londres, el 7 de abril de 1983. La persona que las puso allí se cruzó en la escalera con dos de mis vecinos: la esposa de un diplomático escandinavo y su hijo de nueve años. Ella describió a mi visitante como una mujer alta, guapa, de cara angulosa y cabello caoba muy corto vestida con un largo abrigo oscuro. Sin embargo, el niño insistió en que la persona en cuestión era un hombre; seguramente le confundieron la estatura, el cabello y la ropa de quien -creo poder afirmar con seguridad era una antigua novia mía llamada Eileen. Habíamos mantenido un romance breve, aunque intenso, el verano anterior. Un día, dejó sin avisar el piso, el trabajo y nuestra relación para mudarse al oeste de Inglaterra, hechos de los que tuve noticia gracias a una somera nota de despedida que no indicaba su paradero exacto y que recibí poco después de su partida. No la he visto desde entonces.
Eileen era alta sin ser especialmente flaca ni desgarbada. Diría que era más atractiva que guapa, aunque sí tenía bonitas facciones, como una nariz recta y unos extraordinarios ojos de color verde azulado. El cabello, creo yo, tiraba más a pelirrojo que a caoba y antes lo llevaba largo. Nos conocimos, como ella describe, porque ambos nos dedicábamos a los servicios editoriales (de libros divulgativos). Tenía treinta y tres años, uno más que yo. También habíamos coincidido en Cambridge, donde ella estudió Arqueología y Antropología, pero entonces no llegamos a conocernos.
Las bolsas contenían papeles y un pedrusco, blando e irregular, que extravié al mudarme de casa una semana después. En los papeles aparecían dos caligrafías distintas: una era de Eileen y la otra de un párroco rural que se hace llamar 'Smith'. Gracias a mi interés por la obra del psicólogo suizo C. G. Jung (1875-1961), de la que había hablado con Eileen en más de una ocasión, comprendí que Smith era un moderno practicante de la alquimia y que sus notas incluían una descripción del Magnum Opus o Gran Obra. La parte de Eileen empieza con unas cartas (no enviadas) de las que soy destinatario, las mismas que, tras descubrir el manuscrito de Smith, se transforman en una especie de comentario a sus operaciones alquímicas.
(...)
Sinopsis
En 1952, un clérigo de la región llamado Smith comienza su tortuosa búsqueda del Santo Grial de la alquimia: la piedra filosofal que transmuta el metal común en oro y confiere la inmortalidad.
Mientras se enfrenta a los extraños peligros de la Gran Obra, se hace evidente que sus arcanas transformaciones son tanto espirituales como químicas.
Poco a poco, la sombra de la alquimia recae sobre los que le rodean; una joven cuyo embarazo repentino es un escándalo local; Janet, atrapada en un matrimonio estéril; y Robert, que persigue su propia búsqueda del legendario vidrio azul de Chartres.
Treinta años más tarde, Eileen viene a vivir a la vicaría de Smith.
En el sótano medieval descubre un manuscrito oculto y empieza a leer sobre el fuego secreto y la misteriosa materia prima, un león verde y una cabeza de cuervo, una conjunción fatal de rey y reina, un descenso en la oscuridad y la putrefacción.
A medida que penetra más lejos en el laberinto alquímico, se obsesiona tanto por su propia historia como por la de sus vecinos, la amenazante señora Zetterberg y el desfigurado Pluto -y, finalmente, por el enigma del propio Smith.
En historias separadas pero entrelazadas, Smith y Eileen luchan por la única cosa necesaria para el éxito de la Obra -el gran secreto guardado por el paradójico Mercurio, que les conduce al punto cero donde el cielo está casado con la Tierra y la piedra milagrosa aparece en la intersección del tiempo y la eternidad.
Con la reconstrucción de una visión del mundo altamente sofisticada pero casi olvidada, Mercurius nos devuelve nuestra propia herencia espiritual que, arraigada en las oscuras retortas de los alquimistas, quizá florezca a la luz del futuro.
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